¿Quién es el Espíritu Santo?

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Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la «Tercera Persona de la Santísima Trinidad». Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.

El Espíritu Santo, el don de Dios

«Dios es Amor» (Jn 4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor «Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». (Rom 5,5).

Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo, «La gracia del Señor Jesucristo, y la caridad de Dios, y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros.» 2 Co 13,13; es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Por el Espíritu Santo nosotros podemos decir que «Jesús es el Señor «, es decir para entrar en contacto con Cristo es necesario haber sido atraído por el Espíritu Santo.

Mediante el Bautismo se nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo.

Vida de fe. El Espíritu Santo con su gracia es el «primero» que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Sin embargo, es el «último» en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Sólo en los «últimos tiempos», inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y acoge como Persona.

El Paráclito. Palabra del griego «parakletos«, que literalmente significa «aquel que es invocado», es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: «El Padre os dará otro Paráclito» (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado «otro paráclito» porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel «discurso de despedida» con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.

El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.

Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad acerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.

Fuente: ACI prensa

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Corona al Espíritu Santo

Pentecostes

Muchos de vosotros sabéis que la voz griega paráclito equivale a la que en latín significa abogado, porque aboga ante el tribunal del Padre por los errores de los pecadores (….). Por esta razón, dice también S. Pablo en su carta a los Romanos: El mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos que no se pueden explicar (…). El mismo Espíritu Santo suplica, porque inflama con su amor a los que ha llenado, para que pidan y supliquen. Se llama también consolador al Espíritu Santo, porque eleva el alma de los que se arrepienten de sus pecados y los prepara para conseguir el perdón de ellos.
San Gregorio Magno
Hom. 30 sobre los Evangelios
En el nombre del Padre, etc.
Acto de Contrición. Por ser Vos tan bueno me arrepiento, Dios mío, de haber pecado contra Vos, y prometo con vuestra gracia no ofenderos más en adelante.
HIMNO
Venid, Espíritu Creador, / visitad las almas de vuestros siervos, / y llenad de celestiales gracias / los corazones que habéis creado.
Sois llamado paráclito o Consolador, / Don del Altísimo Dios, / fuente viva, fuego, caridad, / y unción espiritual.
Vos, que dais vuestros siete dones, / sois el dedo o la fortaleza del Padre; / sois el Prometido del Padre mismo, / y nos inspiráis lo que hemos de decir.
Encended con vuestra luz nuestros sentidos, / infundid vuestro amor en nuestros corazones, / y fortaleced con perpetuo auxilio, / la debilidad de nuestra carne.
Alejad de nosotros al enemigo de nuestras almas, / dadnos pronto la paz del corazón, / y puestos bajo vuestra dirección, / evitaremos todo lo nocivo.
Por Vos conozcamos al Padre, / y también al Hijo, y por Vos, que procedéis de /entrambos, creamos en todo tiempo.
V. Enviad vuestro Espíritu y las cosas serán criadas.
R. Y renovaréis la faz de la tierra.
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles por la luz del Espíritu Santo, concedednos por este mismo Espíritu el gustar lo que es bueno y gozar sin cesar del consuelo del que El es la fuente. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
PRIMER 
MISTERIO
Jesús fue concebido de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo
MEDITACIÓN. «El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa, el fruto santo que de ti nacerá, será llamado Hijo de Dios.» (Luc. 1, 35.)
AFECTOS. Pedir insistentemente el socorro del divino Espíritu y la intercesión de María, para imitar las virtudes de Jesucristo que es el modelo de las mismas, para que os hagáis conformes a la imagen del Hijo de Dios.
Padrenuestro, Avemaría y siete glorias…
SEGUNDO 
MISTERIO
El Espíritu del Señor se posó sobre Jesús
MEDITACIÓN. «Bautizado, pues, Jesús, al instante que salió del agua, se le abrieron los cielos, y vio bajar el Espíritu Santo a manera de paloma, y posar sobre El.» (Mat. 3, 16.)
AFECTOS. Estimad soberanamente la inapreciable gracia santificante, que ha sido derramada en vuestro corazón por el Espíritu Santo en el bautismo. Guardad lo que habéis prometido y ejercitaos en continuos actos de fe, esperanza y caridad. Vivid siempre como conviene a los hijos de Dios y a los miembros de la verdadera Iglesia de Dios, a fin de que recibáis después de esta vida la herencia del cielo.
Padrenuestro, Avemaría y siete Glorias…
TERCER
MISTERIO
Jesús fue conducido por el Espíritu Santo al desierto
MEDITACIÓN. «Jesús, pues, lleno del Espíritu Santo, partió del Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto; y allí estuvo cuarenta días
y fue tentado del diablo.» (Luc. 4, 1-2.)
AFECTOS. Estad siempre agradecidos por los siete dones del Espíritu Santo, que habéis recibido en la confirmación: por el Espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad y de temor de Dios. Obedeced fielmente al Guía divino, a fin de obrar varonilmente en todos los peligros de esta vida y en todas las tentaciones, como conviene a un perfecto cristiano y a un esforzado atleta de Jesucristo.
Padrenuestro, Avemaría y siete Glorias…
 CUARTO
MISTERIO
EL Espíritu Santo en la Iglesia.
MEDITACIÓN. «De repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento impetuoso y llenó toda la casa donde estaban; y fueron llenos todos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar las maravillas de Dios.» (Hech. II, 2, 4, 11.)
AFECTOS. Dad gracias a Dios porque os ha hecho hijos de su Iglesia, a la cual el Espíritu Santo enviado al mundo el día de Pentecostés, vivifica y gobierna siempre. Escuchad y seguid al Soberano Pontífice que por el Espíritu Santo enseña infaliblemente, y a la Iglesia, que es la columna y el sostén de la verdad. Guardad sus dogmas, propugnad su causa, defended sus derechos.
Padrenuestro, Avemaría y siete Glorias…
QUINTO
MISTERIO
EL Espíritu Santo en el alma del justo.
MEDITACIÓN. «No sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros?» (1 Cor. 6, 19.) «No extingáis el Espíritu.» (Tes. 5, 19.) «Y no queráis contristar el Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.» (Efes. 4, 30.)
AFECTOS. Acudid siempre al Espíritu Santo, que está en vosotros; vigilad cuidadosamente por la pureza de vuestra alma y de vuestro cuerpo. Obedeced fielmente a las divinas inspiraciones para obrar los frutos del Espíritu: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, bondad, benignidad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad.
Padrenuestro, Avemaría y siete Glorias…
Terminar la corona rezando un Credo.

Fuente: DevocionarioCatólico

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Reiki, satanismo disfrazado de «sanación espiritual»

FORO CATÓLICO

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El reiki es invocar demonios con signos japoneses: ex practicante

(Transcrito de ReL)

Eduardo es un joven español que en verano de 2012 escribió contando su experiencia con el Reiki y la Nueva Era al periodista José Mª Zavala, después de leer su exitoso libro “Así se vence al demonio”. Después, explicó a ReL algunos aspectos de su vivencia en el Reiki. 

«Yo aprendí en mis carnes que las ofertas de la Nueva Era no son lo que parecen, que las supuestas energías que te venden no son energías, no vienen ni de la tierra, ni muchísimo menos de Dios. La gente no sabe dónde se está metiendo», denuncia Eduardo. 

La forma más común de caer en el Reiki es sufrir alguna enfermedad y buscar algo alternativo, a menudo por consejos de amigos, pseudo-terapeutas, etc… 

– Uy, tú lo que necesitas es que te hagan…

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7 silencios para crecer en la intimidad con Jesús

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La oración es esperar para encontrar, hablar para callar, decir para escuchar. Pero, ¿cómo vivir este silencio que es preparación indispensable para la oración? ¿cómo vivir este lenguaje durante mi diálogo con Dios? ¿y cómo hacer para que sea realmente un ambiente espiritual constante para toda nuestra vida espiritual?

Siete silencios, siete lecciones para crecer en intimidad con Jesús

  1. El silencio del protagonismo: al acudir a la oración nos preparamos para el encuentro con Dios sabiendo que lo importante no es tanto lo que queramos decirle sino lo que Él nos quiere decir. Por eso, María, tras darse cuenta en Canaán de que no había vino, dice a los sirvientes: «haced lo que Él os diga» (Lc 2, 5). Escuchar al Maestro sabiendo que Él ya sabe lo que necesitamos. Dejar que Él nos hable para nos sorprenda con su milagro de amor y nos dé el vino que nos alegra el corazón.
  2. El silencio de las quejas, aceptando la voluntad de Dios: el corazón entra a la oración con una historia, una experiencia y unas heridas. Ese corazón es como un mapa que Dios conoce y recorre. Deja que Él te descubra a dónde te quiere llevar, qué quiere de ti. Deja que Él te explique el para qué y te muestre su amor hecho sabiduría. Confía, escucha y camina.
  3. El silencio de la razón: cuando parece no haber sentido en mi vida: la pedagogía de Dios necesita siempre ser iluminada por la fe. La razón necesita de esta luz. Por eso he de entrar a la oración buscando esa luz. Me hará «salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia. Así, la fe confie­sa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios» (Papa Francisco, Encíclica Lumen Fidei 46)
  4. El silencio de la seguridad humana: en nuestra inseguridad nos abrimos a la amistad de Cristo, a su cercanía y a su misericordia. Escuchamos más cuando no tenemos preguntas e inseguridades. Fijamos más la atención en Él. Acudimos más a su corazón cuando nos sentimos indefensos. Mi inseguridad en tu corazón para que tu corazón será mi seguridad: ésta tiene que ser nuestra oración en este silencio.
  5. El silencio del dolor: llegar a la cruz fijando la mirada en Él, aprender de su silencio redentor. Pocas palabras nos dijo Jesús en la cruz. Caminó sufriendo por amor; tuvo gestos salvíficos para los que le rodeaban. Su dolor era para los demás porque vivía su unión con el Padre de manera constante. El dolor es redentor cuando se silencia y se ofrece. Entra a la oración con un sentido de ofrecimiento para que también, en silencio, puedas hacer esa ofrenda uniéndola a la de Cristo.
  6. El silencio de la humildad: de rodillas, más cerca de la tierra («humus», tierra en latín, origen etimológico de la palabra humildad). Somos polvo y al polvo volveremos. Vivamos esta realidad con fe. Yo no soy nada Señor, pero contigo soy todo porque te tengo a ti y esto me basta. Este silenciome hará vivir en la verdad y caminar más cerca de Jesús. El que es humilde camina por el camino estrecho, desconfiando de sí, pero confiando en Aquel que me llevará a la puerta de la vida.
  7. El silencio del abandono: la oración me tiene que llevar a un acto de abandono que sintetiza los seis silencios anteriores. Es la actitud de la infancia y sencillez espiritual. Lanzarse al vacío porque mi Padre siempre me acoge, me protege y me cuida. Este silencio me llevará a descubrir la ternura de Dios, quien con infinitos gestos me grita al oído: estoy locamente enamorado de ti.

Taréas para vivir a profundidad la oración

  1. ¿Cómo vivo el silencio preparatorio para la oración, a lo largo del día?
  2. ¿Hay algo que tengo que evitar, dejar de hacer para aprender a hablar este idioma del silencio que me abre a una experiencia más profunda, personal y real de Dios?
  3. ¿Cuál de estos silencios me cuesta más? ¿Por qué?


Fuente: Padre Guillermo Serra, .L.C. | Publicado originalmente en La-Oracion.com

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7 mentiras de 7 días

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500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús

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La Semana Santa

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Explicación de la celebración

La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.

Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.

A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.

Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.

Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.

La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.

Domingo de Ramos

Celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Por esto, nosotros llevamos nuestras palmas a la Iglesia para que las bendigan ese día y participamos en la misa.

Jueves Santo

Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicialidad. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a aprehenderlo.

Viernes Santo

Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Lo conmemoramos con un Via Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.

Sábado Santo o Sábado de Gloria

Se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre nosotros. Las imágenes se cubren y los sagrarios están abiertos. Por la noche se lleva a cabo una vigilia pascual para celebrar la Resurrección de Jesús. Vigilia quiere decir “ la tarde y noche anteriores a una fiesta.”. En esta celebración se acostumbra bendecir el agua y encender las velas en señal de la Resurrección de Cristo, la gran fiesta de los católicos.

Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua

Es el día más importante y más alegre para todos nosotros, los católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir siempre felices en compañía de Dios. Pascua es el paso de la muerte a la vida.

¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha cada año?

El pueblo judío celebraba la fiesta de pascua en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, el día de la primera luna llena de primavera. Esta fecha la fijaban en base al año lunar y no al año solar de nuestro calendario moderno. Es por esta razón que cada año la Semana Santa cambia de día, pues se le hace coincidir con la luna llena.

En la fiesta de la Pascua, los judíos se reunían a comer cordero asado y ensaladas de hierbas amargas, recitar bendiciones y cantar salmos. Brindaban por la liberación de la esclavitud.

Jesús es el nuevo cordero pascual que nos trae la nueva liberación, del pecado y de la muerte.

Sugerencias para vivir la Semana Santa

  • Asistir en familia o a los oficios y ceremonias propios de la Semana Santa porque la vivencia cristiana de estos misterios debe ser comunitaria.
  • Se puede organizar una pequeña representación acerca de la Semana Santa.
  • Poner algún propósito concreto a seguir para cada uno de los días de la Semana Santa.
  • Elaborar unos cartelones en los que se escriba acerca de los días de la Semana Santa y algunas ideas importantes acerca de cada uno de los días.

Fuente: Catholic.net

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¿Quién es Cristo para mi?

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Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net

La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.

¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.

¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo.

Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: «el concepto cristiano”, «la doctrina cristiana”, «el programa cristiano”, «la ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.

Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona.

¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.

Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.

Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, «Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo.” ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad?

El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: «El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente.

Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.

Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños…, sueños son.

¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?

Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: «Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios”.

La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.

Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.

Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.

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San Francisco de Asís

SAN FRANCISCO DE ASIS.-

HIMNO PROPIO DE LAS LAUDES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS:

Ven, Francisco, a tus hermanos,
visita a los pobrecillos;
ven traspasado de amor
por las heridas de Cristo;
como nueva primavera
después del invierno frío.

Ven, que los hombres te vean
por el mundo peregrino:
liberado, sin alforja
y sin dinero en el cinto;
y anuncia la paz y el bien
con los labios florecidos.

Ven con los brazos sin armas,
hermano suave y pacífico;
ven, menor de los menores,
de corazón compasivo;
profeta sin amargura,
ven con el ramo de olivo.

Ven, penitente gozoso,
que lloras de regocijo;
heraldo loco de amor
y paz de los enemigos;
ven por los barrios y plazas,
juglar del perdón divino.

Ven, ángel de buenas nuevas,
háblanos de Jesucristo;
ven, boca del Evangelio,
cristiano sabio y sencillo;
hermano tan deseado,
Francisco tan bien querido. Amén

SEGUNDA LECTURA DEL OFICIO DE LECTURA PROPIO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS:

De las Cartas de san Francisco de Asís, dirigidas a todos los fieles
(Opúsculos, edición Quaracchi [Florencia], 1949, 87-94)

DEBEMOS SER SENCILLOS, HUMILDES Y PUROS

La venida al mundo del Verbo del Padre, tan digno, tan santo y tan glorioso, fue anunciada por el Padre altísimo, por boca de su santo arcángel Gabriel, a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió una auténtica naturaleza humana, frágil como la nuestra. Él, siendo rico sobre toda ponderación, quiso elegir la pobreza, junto con su santísima madre. Y, al acercarse su pasión, celebró la Pascua con sus discípulos. Luego oró al Padre, diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mi este cáliz.

Sin embargo, sometió su voluntad a la del Padre. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, a quien entregó por nosotros y que nació por nosotros, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y víctima en el ara de la cruz, con su propia sangre, no por sí mismo, por quien han sido hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos nos salvemos por él y lo recibamos con puro corazón y cuerpo casto.

¡Qué dichosos y benditos son los que aman al Señor y cumplen lo que dice el mismo Señor en el Evangelio: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y a tu prójimo como a ti mismo! Amemos, pues, a Dios y adoremoslo con puro corazón y con mente pura, ya que él nos hace saber cuál es su mayor deseo, cuando dice: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque todos los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad. Y dirijámosle, día y noche, nuestra alabanza y oración, diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo; porque debemos orar siempre y no desfallecer jamás.

Procuremos, además, dar frutos de verdadero arrepentimiento. Y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Tengamos caridad y humildad y demos limosna, ya que ésta lava las almas de la inmundicia del pecado. En efecto, los hombres pierden todo lo que dejan en este mundo; tan sólo se llevan consigo el premio de su caridad y las limosnas que practicaron, por las cuales recibirán del Señor la recompensa y una digna remuneración.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino más bien sencillos, humildes y puros. Nunca debemos desear estar por encima de los demás, sino, al contrarío, debemos, a ejemplo del Señor, vivir como servidores y sumisos a toda humana creatura, movidos por el amor de Dios. El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin, y los convertirá en el lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras imitan; ellos son los esposos, los hermanos y las madres de nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN:

Señor Dios, que en el pobre y humilde Francisco de Asís has dado a tu Iglesia una imagen viva de Jesucristo, haz que nosotros, siguiendo su ejemplo, imitemos a tu Hijo y vivamos, como este santo, unidos a ti en el gozo del amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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Hoy celebramos a San Francisco de Borja, el magnate viudo que dejó todo para servir a Jesús

FranciscoBorja

LIMA, 03 Oct. 14 / 12:02 am (ACI).- Cada 3 de octubre se celebra la Fiesta de San Francisco de Borja, un padre de familia que enviudó, dejó las riquezas de la corte real y se dedicó a servir a la Iglesia, junto a San Ignacio de Loyola, en la Compañía de Jesús.

Francisco de Borja nació en Gandía (Valencia) en 1510. Como descendiente de la realeza fue Duque de Gandía, Gobernador, Virrey de Cataluña y hasta Consejero del Emperador Carlos I de España y V de Alemania.

Contrajo matrimonio a los 19 años con Leonor de Castro y tuvo ocho hijos, a quienes crió con gran esmero.

Cierto día, siendo Virrey de Cataluña, recibió la misión de conducir los restos mortales de la Emperatriz Isabel a la sepultura real de Granada. Cuando fue a reconocer el cuerpo en el ataúd vio que la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición y comprendió la caducidad de la vida eterna.

¡No serviré nunca más a un señor que pudiese morir!», fue la resolución que tomó y que se ha hecho famosa.

Después de morir su esposa, velar por la educación de sus hijos y dejar sus títulos y bienes, ingresa a la Compañía de Jesús donde llegó incluso a ser ayudante del cocinero. Fue ordenado sacerdote y posteriormente es nombrado Provincial en España. Fundó una multitud de casas y colegios. Los reyes y Papas le pedían consejos.

En 1566 es nombrado Tercer Superior General de la Orden y apoyó mucho a las misiones. Inició el Colegio Romano, pero rechazó el título de fundador que ordinariamente se da a Gregorio XIII, quien lo restableció con el nombre de Universidad Gregoriana.

Retornó a la Casa del Padre a la media noche del 30 de septiembre de 1572. De él diría el P. Verjus: “San Ignacio de Loyola proyectó el edificio y echó los cimientos; el P. Laínez construyó los muros; San Francisco de Borja techó el edificio y arregló el interior y, de esta suerte, concluyó la gran obra que Dios había revelado a San Ignacio».

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